viernes, 30 de abril de 2010

El buen gusto se aprende

Desde que nacemos, iniciamos educando nuestros sentidos, y adaptándolos a nuestro entorno.

De niños, nos enseñan a comer, y esto hace grandes diferencias en el paladar y en nuestras decisiones gastronómicas cuando adultos. Sin embargo, como dice la trillada frase, "nunca es tarde para aprender ". podemos modificar nuestro gusto a nuevos sabores en cualquier momento de nuestras vidas.

Algunos no pasan del arroz, los frijoles y la natilla. Que rico, claro esta, no podemos desdeñarlo por conocer otros platillos, pero si comiéramos solo eso todos los días, ¿sería tan rico?

Hagamos la comparación entre la cultura japonesa y los estadounidenses. En términos generales, los "gringos " comen seguido hamburguesas, papas fritas y sopas para microondas. Un paladar sumamente reducido. En contraposición están los nipones, que hacen de cada comida un ritual. Platillos finamente preparados, con amplia gama de sabores y diseños artesanales. El gusto desarrollado y la presentación impecable. Un equilibrio entre sabor y estética.

No hay que ser un erudito para saber quienes tuvieron una mejor educación gastronómica.

La moraleja aquí es simple; el buen gusto no es otra cosa que educación y conocimiento.

Pero es imprescindible la sensibilidad para querer aprender sobre algún tema.

Es muy común escuchar a personas que están satisfechos con comer "gallopinto" (arroz y frijoles revueltos con especies) con huevo todos los días. Nadie los mueve a probar comida japonesa o mediterránea, y si lo hacen puede que arruguen la cara.

Pasa exactamente lo mismo con el arte.

La gran desilusión es que hay mucho menos personas con conocimiento, por lo menos básico sobre el arte. No como hacerlo, si no por que se hace, su historia, su intención y su trascendencia.

Acostumbrados a sus imágenes cotidianas, -hablando de pintura en este caso- la persona promedio apenas logra tomar gusto por los paisajes trillados, las casitas y los negritos.

De igual manera que el "gallopinto", no podemos decir que bien preparado, es inapetecible, o en este caso, que no es "bonito". Estos temas, en el arte plástico, son la línea que marca realmente, hasta donde llegó nuestro aprendizaje. Así como en la comida, ver una obra abstracta o analítica, puede ser razón para arrugar la cara.

De los pocos que gustan del arte plástico, se dividen dos pequeños grupos. Los que saben y los que aparentan que saben.

Los que tuvieron sensibilidad para el tema y forman su criterio por medio del conocimiento, se vuelven libres para escoger, sin manipulación de vendedores o por modas regionales, simplemente ya tienen su ojo educado para disfrutar, desde un buen paisaje, hasta todo tipo de conceptos personalizados del arte contemporáneo, sin importar publicidad y palabrería.

Los que aparentan que saben tienden a comprar lo que les dicen que es bueno, suelen ser manipulados por marchantes de arte, buscan los nombres de moda en el mercado nacional o internacional y si pueden, lo pagan. Su única garantía es el relativo reconocimiento del artista.

Para volver a la comparación del arte plástico con el paladar: ¡Tomo este vino porque dicen que es bueno y la botella me costó 200 dolares¡ Pero no sabe de aromas, de color, de taninos o de cuerpo en el vino.
_Me tiene que gustar porque este es el bueno. 
Por lo menos la calidad de los vinos tienen menos variantes para reconocerlo que el arte, que es casi infinito.

El arte plástico ya no se basa en corrientes y en etapas históricas, ahora son individualismos. El arte como criterio personal y estético. Pero dentro de tantas propuestas, sepamos diferenciar entre el vino y el mezcal.

Artistas genuinos no son tantos, conocedores de historia o filosofía aplicados en el arte muchos menos, otros tantos no saben pintar y no han pasado por un proceso técnico evolutivo. Es decir, el saber hacer técnicamente cualquier cosa, y al final hacer lo que se quiera, como personalización.

Al final, cuestiones que debemos tomar en cuenta o discernir rápidamente con un ojo educado.

En fin, es mejor que alguien se declare ignorante en ciertos temas, tome el "chifrijo" o la hamburguesa, como lo mejor, cuelgue paisajes de casitas en su pared, y ponga un floripondio en la mesa. En la sencillez de su existencia encajan los cuadritos artesanales.

Para los que tampoco saben de arte, pero les gusta la decoración en sus casas existen millones de piezas, que en su mayoría se sabe, llevan un proceso artesanal o fabricado en serie y no debería ser llamado arte, pero no por ello deja de ser bueno y estético.  Es mejor que un fotografía familiar en un marquillo rococó. En general, de mayor dinamismo y color, desde precios muy bajos hasta intermedios, pero en fin de cuentas técnicamente limitados y en series numerosas. Estas pinturas servirán para hacer juego con la alfombra o los sillones, sin pretender un ambiente artístico, pero sí por lo menos evidencia de interés por un entorno equilibrado, con limitados recursos económicos.

Pero para los que coleccionan arte en sus casas, y tienen como ambición algo más que el valor de mercado de una obra, y buscan estar rodeados de conceptos nuevos y genuinos, estos que conocen algo mas que los reconocidos locales y los que manejan las galerías, los que saben diferenciar obras únicas de copias o imitación, o trabajos artesanales repetitivos. Para los que les gusta lo poco convencional, genuino y único, por ende más costoso, aunque no siempre en exceso. Para ellos existen pocos artistas, pero de seguro aportarán a su ambiente algo mas que equilibrio estético, si no una constante conversación filosófica y espiritual que siempre nos deja algo en que pensar.  El arte es para quien lo quiera tener, no creamos en el mito que es para quien lo puede comprar.  Si tienes un televisor, puedes tener una pieza de arte, es solo cuestión de gusto.

Podemos escoger entre incontables platillos de diversas regiones, pero sobre todo de distintas manos, que supieron sazonar los alimentos de manera equilibrada, de sabores únicos y de presentación exquisita. Permitámonos ampliar el gusto y aprender en el proceso.

Escribió:

Leónidas Cantillo Mendoza
artista pintor

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